De Rumaniana de Joaquín Rodrigo a La Blusa Rumana de Matisse

Acostumbro oír música en la cama -cosa bastante común entre los mortales- antes de ceder terreno a Morfeo. Una noche, no lejana, me sorprendió e inflamó mi temperatura de admiración y placer una pieza para violín y piano. ¡Qué belleza! ¡Qué novedoso, simple y maravilloso me parecía su esquema compositivo! De repente, sin saber cómo, me sentí trasladado ante la blusa rumana de Matisse.

Me parece casi imposible querer explicar ese salto asociativo, incontrolado, entre los comienzos de la música que estaba oyendo y el cuadro de Matisse. ¿Por qué mecanismo se rigen estas asociaciones involuntarias? Una voz interior me decía: “Fíjate en la composición”. Efectivamente, comprendí que en ella estaba la clave de ese salto asociativo involuntario.


Matisse - La Blusa Rumana


Joaquín Rodrigo - Rumaniana

La composición, como he dicho, me parecía simple. Comenzaba con dos fortísimos y sonorísimos acordes a pedal que se repitieron un poco después, abriendo campos de silencio sobre el que irrumpía un violín pleno de virtuosismo, desplegando sonidos coloreados y variadísimos, desde la confrontación del arco con la cuerda al suavísimo deslizar del mismo como un beso apenas insinuado que llegara hasta el silencio. Terminada la audición, salta la sorpresa. Oigo al locutor decir: “Han oído ustedes Rumaniana, de Joaquín Rodrigo. Violín, Eva León. Piano, Olga Vinokur.

Superada la sorpresa de la referencia a Rumanía en ambas obras, música y pintura, deduzco fácilmente que no se ha pretendido ninguna vinculación entre ellas.

Lo que me impactaba en ambas era, en Rumaniana, el contraste entre los planos de silencio que creaba el piano y la gama resaltada de matices que el violín desplegaba sobre ellos y, en la blusa rumana, igualmente el contraste de la amplia blancura de la blusa con los breves y variados toques de color con que Matisse la adornaba. Se dice que el pintor vio en un mercadillo una blusa rumana que le enamoró y adquirió.

Si examinamos atentamente el cuadro, observamos que el tema no es la muchacha. Lo que realmente ha interesado a Matisse es el poderosísimo contraste entre la blancura de la blusa y los riquísimos y variadísimos toques de color que la decoran. Ese es el tema del cuadro y a ello se subordina todo lo demás: las manos de la muchacha pierden realidad; son elementos decorativos –“Los detalles son para la fotografía”, dirá el pintor. La blusa amplía extensión elevando sus hombros. El rostro de la muchacha cede su color al fondo naranja para que el blanco luminoso resalte sin obstáculo. Y para incrementar la inmediatez de su presencia Matisse ha recortado la imagen por el cabello y la falda.

José Luis Sierra Cortés